Representación de una estrella en explosión.
Investigadores de la Universidad de Warwick (Reino Unido), a través
del telescopio Kepler y otros observatorios terrestres, han descubierto
en torno a la estrella WD 1145+017, una “enana blanca” en vías de
extinción, toda una serie de rocas orbitales –algunas del tamaño de la
Tierra- que están siendo encaminadas por las fuerzas generadas en la
parte final de vida de la estrella hacia el interior de la misma.
La enana blanca, podría haber tenido una masa similar a la de nuestro
Sol, pero al acabarse su combustible atómico, se está enfriando y
aumentando en densidad, y concluirá a su vez en un volumen no mucho
mayor al terráqueo, aunque con una densidad de masa similar a la solar.
La alta radicación y la fuerza gravitatoria están haciendo que los
planetoides en torno a la estrella “moribunda” sea atraídos
irremediablemente, según explica el trabajo que publica la revista
“Nature”.
La Tierra va por el mismo camino… pero no en breve
El trabajo del equipo encabezado por Andrew Vanderburg, ha detectado
un gran disco de partículas pesadas, alrededor de la corona de la
estrella, un suerte de nube de polvo, que se ha formado en el último
millón de años, como consecuencia de los choques entre asteroides y
planetas menores, que al irse concentrando más cerca de su sol, pierden
cohesión y generan impactos y fricciones.
Los expertos entienden que un escenario similar se vivirá en la
Tierra y el Sistema Solar, acorde a los modelos vigentes, pero aún
restan decenas de millones de años para que ocurra. Nuestro Sol es
todavía una estrella en la mitad de su vida “útil” y se convertirá
primero en una gigante roja, expandiéndose más allá de las órbitas de
Mercurio y Venus –y eventualmente- alcanzando la Tierra, aunque para
cuando ello ocurra, toda forma de vida tal cual la conocemos habrá
desaparecido mucho tiempo antes.
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